Celebrando 10 Años del Acuerdo de París: El Rol de Chile

Diez años del Acuerdo de París: Chile ante la urgencia climática

El planeta vive una urgencia climática que ya no permite postergaciones, y una década después del Acuerdo de París, los compromisos, progresos y vacíos se evalúan no por declaraciones, sino por variaciones térmicas, efectos concretos y decisiones que definirán el porvenir de las generaciones venideras.

En 2015, casi doscientos países acordaron un marco común para enfrentar la mayor amenaza ambiental de la era moderna: el cambio climático. El Acuerdo de París estableció como objetivo central limitar el aumento de la temperatura global a 1,5 °C respecto de los niveles preindustriales, una cifra que, más que un número técnico, representaba una línea de defensa para la estabilidad de los ecosistemas, las economías y la vida humana. Diez años después, esa meta sigue siendo el principal referente, pero el contexto es más urgente y desafiante. Las proyecciones actuales indican que, con los compromisos vigentes, el planeta se encamina a un aumento de entre 2,6 y 3,1 °C, un escenario que multiplicaría los riesgos climáticos, sociales y económicos a escala global.

El año 2024 representó un giro simbólico y profundamente inquietante: por primera vez, la temperatura media global anual rebasó el límite de 1,5 °C. Aunque este acontecimiento no significa que la meta esté irremediablemente perdida, sí evidencia que el margen para actuar se reduce a gran velocidad. El mensaje resulta claro y contundente: la acción climática dejó de ser una meta estratégica para transformarse en una urgencia estructural que influye en todas las esferas del desarrollo.

El Acuerdo de París como brújula en un mundo más inestable

El valor del Acuerdo de París no radica únicamente en sus metas numéricas, sino en haber establecido una dirección compartida en un sistema internacional fragmentado. Por primera vez, países desarrollados y en desarrollo asumieron compromisos climáticos bajo un marco común, con revisiones periódicas y un principio de progresividad que obliga a aumentar la ambición con el tiempo.

Aunque se han anunciado numerosos compromisos, la distancia entre esas promesas y las reducciones reales de emisiones continúa siendo amplia. La economía mundial sigue fuertemente anclada a los combustibles fósiles, y los conflictos geopolíticos, las fricciones comerciales y diversas crisis energéticas han puesto en entredicho la coherencia de las políticas climáticas en numerosas regiones. En este escenario, honrar el espíritu del Acuerdo de París demanda mucho más que simples planes nacionales: se necesita una voluntad política constante, avances tecnológicos, financiamiento suficiente y la implicación activa de actores no estatales, en especial del sector privado y de la sociedad civil.

A diez años de su firma, el Acuerdo de París continúa siendo la guía que marca el rumbo de la acción climática mundial, aunque por sí mismo no asegura alcanzar la meta; la rapidez y coherencia del trayecto dependen de las decisiones que se adopten ahora, sobre todo en esta década decisiva.

Chile frente al desafío global: avances concretos y liderazgo regional

Desde su realidad geográfica y económica, Chile ha buscado posicionarse como un actor relevante en la acción climática, tanto a nivel regional como internacional. Desde 2015, el país ha experimentado una transformación profunda en su matriz energética, impulsada por una combinación de políticas públicas, inversión privada y condiciones naturales favorables.

La inversión en energías renovables se multiplicó por diez en menos de una década, permitiendo que hoy más del 60 % de la electricidad provenga de fuentes limpias. La expansión de la energía solar en el norte del país y el desarrollo de parques eólicos a lo largo del territorio han consolidado a Chile como uno de los mercados más dinámicos en transición energética en América Latina. A ello se suma el posicionamiento temprano en la industria del hidrógeno verde, con proyectos que apuntan a convertir al país en un proveedor estratégico de combustibles limpios para la descarbonización global.

Estos avances no son casuales. La promulgación de la Ley Marco de Cambio Climático en 2022 marcó un hito institucional al establecer la carbono-neutralidad al año 2050 como un mandato de Estado, trascendiendo los ciclos políticos. Asimismo, la actualización de la Contribución Determinada a Nivel Nacional (NDC) en 2020 fijó metas claras de reducción de emisiones de CO₂ al 2030, reforzando la señal de largo plazo para inversionistas y actores económicos.

La otra cara de la crisis: impactos climáticos y necesidad de adaptación

Pese a los avances en mitigación, la realidad climática ya se manifiesta con fuerza en el territorio chileno. La sequía prolongada afecta a cerca del 80 % del país, alterando la disponibilidad de agua para consumo humano, agricultura, industria y ecosistemas. Los incendios forestales, cada vez más frecuentes e intensos, evidencian la vulnerabilidad de los paisajes y comunidades frente a eventos extremos que se ven exacerbados por el cambio climático.

Estos impactos han situado en el centro del debate la urgencia de avanzar con igual firmeza en adaptación y resiliencia. Disminuir las emisiones resulta imprescindible, aunque por sí solo no basta. Las políticas climáticas deben prever riesgos, reforzar las capacidades locales y resguardar a los sectores más expuestos, especialmente a las comunidades rurales, los pueblos originarios y los grupos socioeconómicos vulnerables.

En este contexto, la actualización de la NDC que Chile presentó en la COP30 constituyó un avance significativo. El marco renovado para el periodo 2025-2035 elevó la ambición climática e integró con mayor solidez la adaptación, la resiliencia y la justicia social como pilares esenciales de la acción climática. Este planteamiento reconoce que la transición no puede limitarse a lo tecnológico, sino que debe abarcar también las dimensiones sociales y territoriales.

Transición justa y herramientas económicas para el cambio

Uno de los aspectos más significativos de la actualización de la NDC chilena es la inclusión explícita de criterios vinculados a una transición justa, lo que supone admitir que la descarbonización provoca efectos distintos en trabajadores, comunidades y ramas productivas, y que esos efectos requieren ser abordados con anticipación y mediante procesos participativos.

La transición justa busca asegurar que nadie quede atrás en el proceso de transformación, promoviendo la reconversión laboral, el desarrollo de nuevas capacidades y la participación activa de los territorios en la toma de decisiones. Este enfoque es clave para sostener la legitimidad social de la acción climática y evitar que las políticas ambientales profundicen desigualdades existentes.

Junto con ello, Chile ha avanzado en la incorporación de instrumentos económicos que refuercen las señales de mercado. El fortalecimiento del impuesto verde y la introducción del precio social del carbono buscan internalizar los costos ambientales de las emisiones, incentivando decisiones de inversión más alineadas con los objetivos climáticos. Estas herramientas, bien diseñadas, pueden acelerar la transición al tiempo que generan recursos para financiar medidas de adaptación y protección social.

La responsabilidad de las empresas ante el cambio climático

El cumplimiento del Acuerdo de París no depende exclusivamente de los Estados. Las empresas juegan un papel determinante, tanto por su contribución a las emisiones como por su capacidad de innovación, inversión y transformación de modelos productivos. En los últimos años, muchas organizaciones han asumido compromisos climáticos voluntarios, pero el desafío actual es traducir esas declaraciones en planes concretos, medibles y verificables.

La implementación de metas respaldadas por ciencia, la divulgación transparente de las emisiones y la incorporación de la gestión de riesgos climáticos dentro de la estrategia corporativa constituyen pasos esenciales para avanzar en esta ruta. Del mismo modo, la capacidad de las empresas para resistir eventos climáticos extremos se ha vuelto un elemento decisivo para su competitividad y la continuidad de sus operaciones.

En Chile, el trabajo articulado entre el sector privado, el Estado y la sociedad civil ha permitido avanzar en este ámbito, pero aún existen brechas importantes. Pasar del compromiso a la implementación requiere capacidades técnicas, financiamiento y una visión de largo plazo que integre a colaboradores, proveedores y comunidades.

Innovación, involucramiento y responsabilidad social compartida

La envergadura del desafío climático demanda una transformación profunda de los modelos de desarrollo, donde resulte esencial impulsar innovaciones no solo en tecnologías limpias, sino también en mecanismos de gobernanza, financiamiento y participación ciudadana para acelerar el cambio. La acción climática eficaz se fortalece desde distintos niveles, articulando políticas nacionales con propuestas locales y compromisos individuales.

La participación ciudadana desempeña un papel esencial en este proceso, ya que al informar, educar y brindar herramientas a la población se fortalece una base social capaz de respaldar las decisiones complejas que demanda la transición, desde la modificación de hábitos de consumo hasta la implementación de reformas profundas en sectores estratégicos de la economía, y sin este apoyo las políticas climáticas pueden quedar expuestas a la pérdida de continuidad o eficacia.

Asimismo, la cooperación internacional sigue siendo un pilar fundamental. Compartir experiencias, transferir tecnologías y movilizar financiamiento climático hacia países en desarrollo son condiciones necesarias para que el objetivo global de 1,5 °C siga siendo alcanzable.

Una década decisiva para Chile y el mundo

A diez años del Acuerdo de París, Chile se encuentra en una posición estratégica. Los avances logrados en transición energética, institucionalidad climática y liderazgo regional ofrecen una base sólida para profundizar la acción en la próxima década. Sin embargo, el margen de error es mínimo. La ciencia es clara en señalar que las decisiones que se tomen entre ahora y 2035 definirán el rumbo climático del siglo.

No basta con asumir compromisos ni destacarse en métricas aisladas; el verdadero reto consiste en cumplir, ampliar y acelerar. Convertir las promesas en acciones tangibles, cuantificables y verificables es la única vía para respetar el espíritu del Acuerdo de París y salvaguardar el bienestar de las generaciones venideras.

La década que comienza será recordada como el momento en que la humanidad decidió, o no, cambiar de rumbo. Para Chile, la oportunidad es clara: liderar en América Latina una transición justa, resiliente y regenerativa que reduzca emisiones, fortalezca el tejido social y genere nuevas oportunidades económicas. El futuro climático no se define en declaraciones, sino en decisiones tomadas hoy, con urgencia, coherencia y visión de largo plazo.

Por Susan Brown